Nicaragua, ¿otra vez?
“Ay, Nicaragua, Nicaragüita/La flor más linda de mí querer/Abonada con la bendita, Nicaragüita/Sangre de Diriangén…” ¿Quién no ha cantado alguna vez esta canción de Carlos Mejía Godoy? Creo que casi todos lo hemos hecho y, al oírla, aparece un halo de nostalgia sobre lo que fue y supuso la Nicaragua sandinista de los años ochenta. Nostalgia sobre lo que fue y lo que pudo haber sido, y espanto por la deriva que ha tomado el país desde el año 2000 —con El Pacto entre Daniel Ortega y el líder derechista Arnoldo Alemán— y, sobre todo, a partir de la truncada (por reprimida) “primavera democrática” de abril de 2018.
Para los que ya tenemos una edad, y de alguna manera estuvimos vinculados a la experiencia revolucionaria nicaragüense, dicho episodio histórico parece haber quedado relativamente olvidado. Un olvido, a veces premeditado, porque recordarlo hace daño. En este sentido sorprende gratamente la aparición de un “revival” del tema que tiene cuatro aristas.
Una primera de reflexión historiográfica que se pregunta sobre cómo sucedió un proceso semejante en el área de influencia directa —en plena Guerra Fría— de los Estados Unidos y, precisamente por ello, se enfoca en la dimensión regional e internacional del evento, se trata de los libros de Gerardo Sánchez Nateras, Eline Van Ommen y Mateo Jarquín.
Otra, segunda, de análisis político, que se preocupa por los cambios y la deriva del régimen desde la misma revolución hasta la vuelta al poder en 2007 de Daniel Ortega. Esta deriva, que tiene diversos puntos de inflexión —el 1990 con las elecciones que ganó doña Violeta Barrios, el año 2000 con El Pacto, el 2006 con unas elecciones críticas y el 2018 con una movilización duramente reprimida—, y que ha supuesto un desenlace distópico. Los libros son los editados por Edmundo Jarquín, Hilary Francis, y el del politólogo precozmente fallecido David Close.
Una tercera que hace hincapié en testimonios que dan cuenta de vivencias y recuerdos de personas para las que el proceso revolucionario supuso un punto de inflexión en sus vidas; ya fuera por su compromiso político con la revolución (como es el caso de Gabriela Selser), por el desempeño de su oficio (Pedro Valtierra), o por haber experimentado como ciudadanas de a pie las transformaciones sociales, económicas y simbólicas de la década de los ochenta, como es el caso de las mujeres de que nos habla Laura Enríquez. En este sentido no se trata tanto de memorias de protagonistas de primera fila, sino de personas que, en su momento, simpatizaron —como cuadros o base— en el proyecto revolucionario y que, después de mucho tiempo, han podido expresar (con voz propia o interpuesta) la forma en que este episodio marcó su existencia.
Y, finalmente, hay una cuarta arista que hurga en la dimensión psicológica (¿y patológica?) de dos de los artífices del trágico destino de la política nicaragüense, a saber, Daniel Ortega (escrito por Fabián Medina Sánchez) y Rosario Murillo (escrito por Carlos Salinas Maldonado). Dos personajes que al escribir este documento son co-presidentes de la República.
Una nueva mirada sobre el contexto internacional de la Revolución Sandinista
Hasta la fecha los análisis sobre la inesperada victoria del FSLN en Nicaragua se habían focalizado en la capacidad de crear, por parte de la élite insurgente, amplias coaliciones revolucionarias urbano–rurales e interclasistas para enfrentar a un régimen represor y sultanista. Sin embargo, poco se ha debatido sobre la importancia de la diplomacia y las relaciones internacionales tejidas por los líderes sandinistas con los gobiernos latinoamericanos, sobre todo con algunos países vecinos (como Costa Rica, Panamá y Cuba) y dos potencias regionales intermedias, a saber, México y Venezuela. Es decir, sobre una apertura sistémica en el entorno internacional.
Esto es, ni más ni menos, de lo que tratan dos de las obras aquí reseñadas: la de Mateo Jarquín y la de Gerardo Sánchez Nateras. Dos obras que tratan este tema con un enfoque semejante y que aparecen en el intervalo de un año. En este sentido es posible señalar que ambas representan un análisis novedoso y definitivo sobre las relaciones internacionales y la diplomacia de la insurrección y la revolución sandinista, cuestiones que —según los autores— fueron decisivas para que el FSLN alcanzara y pudiera sostenerse en el poder durante la década de los ochenta. También sobre la importancia de las relaciones internacionales, pero ya desde el mundo de la solidaridad internacional y de la cooperación, está el libro de Eline van Ommen donde se enfatiza el rol crucial de la solidaridad internacional para sostener económicamente y preservar políticamente la revolución frente a la intervención norteamericana, a la par de promocionar los logros del proyecto sandinista en la sociedad civil de los países de Europa Occidental y los Estados Unidos, generando una adhesión emotiva entre el sandinismo y una comunidad transnacional solidaria.
Según señala Sánchez Nateras en las primeras páginas, su libro pretende desarrollar una hipótesis contraintuitiva, a saber: señalar “como una coalición de países latinoamericanos buscó evitar el avance del comunismo en América Latina y de cómo un movimiento guerrillero supo explotar estos temores para fomentar una revolución” (15). Esta es la hipótesis que Sánchez Nateras desgrana a través del estudio de las interacciones entre un sector de la cúpula “tercerista” del FSLN y los gobiernos de Venezuela, Panamá, Costa Rica, México y Cuba en un contexto donde la diplomacia norteamericana se vio sorprendida y en el que las élites nicaragüenses se vieron arrastradas a un desenlace que nunca sospecharon. Para ello Sánchez Nateras escribe un excelente libro que consta de una introducción, ocho capítulos y un epílogo, además de un extenso apartado bibliográfico.
En la misma dirección, Mateo Jarquín, apunta que la impopularidad de Anastasio Somoza Debayle —y los contenciosos que éste acumulaba con más de un presidente de la región— no fue la única razón por la que los gobiernos de México, Costa Rica, Venezuela (y, obviamente Cuba) apoyaran al FSLN y posteriormente mantuvieran —en alguna medida— su apoyo al gobierno sandinista. Jarquín señala que el desenlace fue fruto de un trabajo de orfebrería diplomática de los sandinistas en un contexto regional donde los egos presidenciales ofrecían una ventana de oportunidad.
Pero el libro de Jarquín, a diferencia del de Sánchez Nateras, no termina con la llegada al poder del FSLN sino que continúa. El análisis de Jarquín avanza en el tiempo y continúa señalando la relevancia internacional que tuvo la diplomacia sandinista al final de la guerra fría. Para ello el libro de Jarquín se divide en seis apartados: una introducción; cuatro capítulos ordenados cronológicamente, unas conclusiones, y un amplio apartado de anexos donde aparecen agradecimientos, notas y una exhaustiva bibliografía en la que aparecen muchas fuentes originales fruto de un intenso trabajo de archivo en Managua, San José, Panamá, México, Washington y La Habana. No es baladí hacer referencia al epígrafe de agradecimientos, ya que por la naturaleza biográfica del autor (hijo de alto funcionario sandinista con una notoria carrera diplomática posterior, nieto de la presidenta Violeta Barrios y miembro del linaje de los Chamorro) tuvo acceso a un amplio abanico de protagonistas de la vida política y social nicaragüense y latinoamericana.
Las dos obras coinciden en señalar que el rechazo (u odio) hacia Somoza por parte de los mandatarios Carlos Andrés Pérez, Fidel Castro, Omar Torrijos, José López Portillo y Rodrigo Carazo fue hábilmente utilizado por los líderes sandinistas para recabar su apoyo a pesar de que algunos —como el venezolano o el tico— no eran especialmente progresistas. Todo ello con el apoyo incondicional (e intervencionista) de Fidel Castro y una cierta comprensión de Jimmy Carter que, con su política de respecto a los derechos humanos, se fue distanciando del dictador nicaragüense. Esta estrategia (y el desenlace final) sin embargo, no hubiera sido posible sin la densa red de complicidad que los terceristas tejieron con un sector de la élite empresarial e intelectual de Nicaragua gracias a la cual se creó El Grupo de los Doce, donde había pariente de destacados guerrilleros terceristas. También cabe señalar que las dos obras —como la mayoría de las publicaciones sobre esta temática— dejan claro que, sin la cerrazón de Somoza Debayle y su entorno, el régimen no se habría desplomado ni el FSLN hubiera conseguido hacerse en exclusiva con el poder.
La diferencia entre ambas es que mientras Sánchez Nateras termina su obra con la llegada del FSLN al poder y disecciona con gran profundidad los malabarismos diplomáticos entre México, Caracas y el FSLN; Jarquín continúa su análisis de la diplomacia sandinista a lo largo del proceso revolucionario, distinguiendo el período de consolidación (1979–1981), de la guerra de la Contra (1982–1985), y de la búsqueda de la paz a través de la diplomacia regional (1986–1989), que desemboca en las elecciones de 1990. En este sentido Jarquín combina un conocimiento profundo de la literatura sobre la Revolución Sandinista, un metódico y extenso trabajo de archivo, y aportaciones de primera mano de quienes fueron políticos clave en dicho período. Esto último, de gran valor, fue fruto de su acceso a una amplia red de protagonistas. En este sentido Jarquín, además de compartir con Sánchez Natera una nueva perspectiva de análisis sobre la estrategia insurreccional del FSLN, añade una exposición parsimoniosa de lo acontecido durante la década siguiente, donde lo más original es mostrar la relevancia de la acción exterior sandinista, muy sobredimensionada al poder real del país en un período donde la Guerra Fría estaba muy caliente. Sólo así se comprende la destacada presencia de Nicaragua en Naciones Unidas, su éxito en el Tribunal de la Haya, sus relaciones con la socialdemocracia europea, su magnetismo con la sociedad civil internacional y su capacidad de tejer redes con otros países del Sur Global. Gracias a esta habilidad la revolución consiguió inhibir, en cierta medida, las pretensiones de Washington de invadir Nicaragua, y articular un plan de paz regional que suponía una cierta autonomía de los países centroamericanos frente a las potencias de la Guerra Fría.
Precisamente sobre esto último —la diplomacia solidaria— versa el libro de Eline van Ommen, que es un análisis extenso de la diplomacia del FSLN más allá de los canales tradicionales entre estados. Efectivamente, el libro explora con detenimiento las redes que tejió el FSLN desde fines de los años setenta con grupos de defensa de los derechos humanos, de la solidaridad internacional y con la izquierda internacional, ya fuera norteamericana, europea o latinoamericana. Para ello la autora establece una cronología que va desde 1977 hasta 1990 y, en cada momento, se fija en cómo el FSLN tiene la capacidad de armar una especie de “diplomacia paralela” a la estrictamente gubernamental que le permite generar una influencia mucho mayor en el concierto internacional que si se hubiera adscrito sin rechistar al bloque del Este de la mano de Cuba y la Unión Soviética. Así pues, van Ommen muestra otra dimensión de la política internacional sandinista, la de los contactos partidarios entre el FSLN y la socialdemocracia europea, las autoridades locales, los diputados díscolos, y también —con un énfasis relevante— con la gran constelación de grupos de solidaridad que brotaron en toda Europa Occidental, Estado Unidos y América Latina. En este sentido, si los dos libros anteriores se focalizan en los líos de palacio, este señala a los colectivos de solidaridad internacional que impulsaban movilizaciones y encuentros culturales en sus países para presionar a sus autoridades y que recaudaban fondos para hacer proyectos de cooperación en Nicaragua y, también, para poder visitar y vivir en primera persona una “experiencia revolucionaria”.
Con este objetivo el libro se compone de una introducción y seis capítulos. El primero hace referencia a las campañas de apoyo al FSLN cuando aún era una guerrilla, denunciando la violación sistemática de los derechos humanos por parte del régimen de Somoza. El segundo versa sobre los primeros pasos de la revolución, donde todo estaba por hacer, y cuando miles de cooperantes llegaron a apoyar tareas tan emblemáticas como la Cruzada Nacional de Alfabetización, la reconstrucción de barrios o el despliegue de campañas de vacunación. Este capítulo da cuenta de que la labor internacional entre la militancia de izquierdas que realizó durante los años setenta el FSLN tuvo un correlato posterior, a saber: hicieron suyo el proyecto revolucionario —en un mundo falto de referentes para la izquierda— y destinaron su energía militante a ese pequeño país. El tercer y cuarto capítulos hacen referencia a los esfuerzos de la oficina de relaciones internacionales del FSLN (el DRI) y la solidaridad internacional para denunciar al mundo (y neutralizar) las pretensiones de Washington de invadir el país —alertados por la invasión norteamericana de Granada de octubre de 1983— y para elaborar campañas y proyectos para defender el proyecto revolucionario. El quinto capítulo (1985–1986) se centra en la galaxia de proyectos de desarrollo auspiciados por la cooperación —con un importante énfasis en la que provenía de Europa Occidental— que tuvieron un rol significativo en un contexto en el que Nicaragua vivía asfixiada por la guerra de la Contra y por el bloqueo económico dictado por Washington. El sexto y último capítulo (1987–1990) muestra cómo la cooperación se volcó tanto en el proceso de paz regional y, también, en apoyar al FSLN en la campaña electoral de 25 de febrero de 1990, en que todos los implicados creían en la victoria sandinista. Posteriormente se muestra como la derrota del FSLN generó un debate complejo en el seno de la comunidad internacional. Finalmente, en las conclusiones, Van Ommen muestra cómo el FSLN se convirtió en un referente para la izquierda internacional y cómo tuvo la habilidad de innovar en la acción diplomática creando vínculos desde las bases, aunque esta actividad no estuvo ausente de tensiones y conflictos entre los sandinistas y sus contrapartes, y entre diversas sensibilidades políticas de los cooperantes.
En fin, las obras de Jarquín, Sánchez Nateras y Van Ommen quieren señalar que sin las conspiraciones de palacio entre guerrilleros, escritores del Boom latinoamericano, activistas de derechos humanos, asesores y presidentes latinoamericanos y europeos con una cierta autonomía respecto a Washington, el FSLN no hubiera llegado al poder —ni se hubiera sostenido en él—.
Análisis de un régimen mutante
En Nicaragua, después de una insurrección y una década de proceso revolucionario y guerra, en 1990 se celebraron elecciones en el marco de las instituciones liberal-democráticas creadas a raíz de una constitución redactada en 1987. Daniel Ortega (presidente desde 1984) representó al FSLN frente a una amplia coalición liderada por Violeta Barrios (la viuda de Pedro J. Chamorro), perdió las elecciones y, por primera vez en la historia, una organización que había llegado al poder por las armas entregó el poder tras la derrota en las urnas. Tras perder en las urnas, el FSLN se convirtió en un partido político que representaba la principal fuerza de oposición del país, y así se mantuvo durante dieciséis años. Sin embargo, tras perder tres elecciones consecutivas más (en 1990, 1996 y 2001) ganó la presidencia de la República con el mismo líder. Pero el FSLN que llegó al poder había sufrido un fuerte cambio organizativo e ideológico. Desde inicios de la década de los noventa, el FSLN se convirtió en un partido controlado y dominado por la familia Ortega, siendo su principal objetivo obtener en el poder.
Una vez en la presidencia, Ortega se reeligió a pesar de que estaba prohibido en la Constitución. Una vez en el poder fue controlando todos los resortes institucionales con el fin de erosionar los mecanismos de accountability que caracterizan a una democracia. Además, a través del Consejo Supremo Electoral, consiguió modificar el sistema de partidos al fragmentar la oposición hasta convertirla en inocua. En este contexto el gobierno consiguió una notable paz social gracias a la combinación de políticas económicas favorables a las grandes empresas, el despliegue de políticas conservadoras respecto a los temas morales —congratulándose con la Iglesia Católica— y el impulso de políticas sociales focalizadas para sostener economías domésticas vulnerables. Todo ello, sin embargo, cambió en abril de 2018 cuando estalló una rebelión que terminó siendo sofocada a través de una intensa represión.
¿Cómo comprender este acelerado cambio de regímenes y actores? La verdad, no es tarea fácil. Por ello uno de los mejores analistas de la realidad nicaragüense, David Close, fallecido prematuramente en 2016, escribió el libro Nicaragua: Navigating the Politics of Democracy que versa sobre los procesos de cambio político acontecidos durante las cuatro últimas décadas (hasta 2015). En este sentido, el libro habla de Nicaragua, pero no se trata de un trabajo de carácter descriptivo, sino que es un análisis politológico sobre cambios de régimen e inestabilidad política a partir de una la lógica comparativa. Con este objetivo el libro empieza con una definición de régimen político como la matriz de instituciones y procesos que median entre ciudadanos e instituciones. A partir de esta base analítica Close nos señala y clasifica los diferentes tipos de régimen que ha tenido Nicaragua desde la década de 1930 hasta hoy, diferenciando las características de liderazgo, año en que se instaura y colapsa, y quién toma el poder de recambio. En este análisis la preocupación de Close no es sólo el hecho del cambio en sí, sino el hecho de que en este intenso proceso no se haya consolidado un régimen democrático en Nicaragua. Precisamente por ello el autor advierte que un país con una sociedad cultural y políticamente polarizada, con actores políticos que desconfían entre sí, con una tradición muy enraizada de caudillismo y con una extendida práctica de spoils system es fácil que las instituciones democráticas puedan colapsar. Posteriormente el libro pasa a analizar los diversos regímenes por los que ha transitado Nicaragua, que son una dictadura personalista, un régimen revolucionario vanguardista, una democracia electoral de corte pluralista, una democracia electoral “duopólica” y un sistema personalista-familiar dominante. Así el capítulo 3 hace un repaso histórico de la política en Nicaragua desde la independencia hasta el régimen somocista y su colapso. El capítulo 4 trata el primer lustro de la revolución sandinista (1979–1984) mostrando su configuración institucional y su intento por cambiar el modelo productivo y construir un estado social. El capítulo 5 trata el período 1984–2000 analizando el proceso electoral de 1984 y la redacción posterior de la Constitución de 1987. Posteriormente se examina el proceso electoral de 1990 donde gana Violeta Barrios de Chamorro, iniciándose una nueva etapa que califica como de Orthodox Electoral Democracy, que se extiende hasta el año 2000. El capítulo 6, cuyo título es “Power-Sharing Duopoly, 2000–2011”, aporta una perspicaz visión sobre el “El Pacto” y la instauración del régimen personalista liderado por Ortega.
Close señala que durante esta década el régimen nicaragüense puede clasificarse como sistema “turnista”, cuyo fin es evitar la incertidumbre y generar sensación de recambio y de salud electoral. Pero para que funcionen este tipo de regímenes se necesitan tanto instituciones formales como arreglos informales a partir de los cuales los «socios» comparten y negocian intereses. En el caso de Nicaragua el resultado del «turnismo» fue el inicio de la des-democratización del país, tanto por la lógica propia del bipartidismo monopólico como por el posterior colapso del Partido Liberal, que supuso que el FSLN ganara las elecciones de 2006 y controlara progresivamente todos los resortes del poder. El capítulo 7 analiza el régimen en el que hoy se encuentra Nicaragua: el de Dominant Power and Personalistic Rule. Close define este régimen señalando sus bases económicas, políticas y sus alianzas internacionales, y concluye que en la Nicaragua de hoy (anterior a 2018) se consolidó como un régimen dominante que mantenía una formalidad democrática, si bien el poder radicaba en la pareja presidencial Ortega-Murillo, su familia y su círculo próximo. Pero Close también señala que la deriva de un régimen democrático hacia otro de carácter personalista no es exclusiva de Nicaragua, sino que también ha acontecido en países como Rusia, Hungría y Venezuela, y para ello Close señala cómo los gobernantes de los cuatro países han tenido la capacidad de reestructurar enteramente el sistema político para utilizarlo a favor de sus intereses. Es en este punto en el que el autor expone una de las reflexiones centrales del libro, a saber, la relativa facilidad con la que un líder con determinación puede transformar una democracia en un régimen híbrido o, incluso, autoritario si existe una cultura caudillista y unas élites permanentemente polarizadas que no respetan las instituciones. Finalmente, a manera de conclusión, Close expone tres reflexiones para entender el devenir de la historia reciente de Nicaragua. La primera es que la Nicaragua de hoy no es comparable ni con la que impulsó un proyecto revolucionario en 1979, ni con la que en 1990 abanderó un proceso de reconciliación bajo el mandato de Violeta Barrios, ya que hoy en el país no se ve ningún atisbo de entusiasmo ni ilusión. La segunda da cuenta de cómo algunos líderes políticos han tenido la capacidad de erosionar las instituciones democráticas. Y la tercera es que, si el régimen existente mantiene la polarización, unas élites políticas divididas y una ausencia de consenso sobre las reglas de juego político, es difícil pensar en una estabilidad a mediano y largo plazo.
Junto al ensayo de Close es preciso también señalar la obra compilada por Hilary Francis, que nos habla del excepcionalismo nicaragüense. Este libro, cuyo origen fue un encuentro realizado en el Institute of Latin American Studies de la Universidad de Londres durante el mes de marzo de 2015, supone una aportación relevante al estudio de la política nicaragüense contemporánea al compilar contribuciones de nueve académicos especialistas en diversos ámbitos de la vida política del país, con un énfasis notable en los “estudios de caso locales” y en las políticas relacionadas con el mundo rural. Respecto a las políticas agrarias, el libro aporta un capítulo sobre las medidas de seguridad alimentaria —elaborado por Christiane Berth—, y otro sobre la reforma agraria y su legado —de José Luis Rocha—; y respecto a estudios de caso con interés en las vidas y percepciones de la gente común cabe señalar un capítulo sobre el conflicto entre “liberales” y “sandinistas” en comunidades rurales del interior del país —escrito por la editora del volumen— y otro sobre las dinámicas de autoridad en diversas Comunidades Eclesiales de Base —de David Cooper—. El resto de los capítulos, por otro lado, hacen referencia a temas más “macro” como son las relaciones internacionales de Nicaragua y su vinculación con la Unión Soviética durante los años de la revolución y con Rusia y los países del ALBA durante la última década; la naturaleza de las fuerzas y políticas de seguridad a partir de la revolución; las políticas de género y derechos respecto del colectivo feminista y LGTBIQ, y, finalmente, sobre los significados que adquirió (y ha ido adquiriendo) el término de revolución. Al final de estas ocho contribuciones Justin Wolfe escribe un apartado de conclusiones en el que expone la excepcionalidad de la experiencia social y política nicaragüense y de sus revoluciones, en plural. Al ser un libro con múltiples autores no solo hay una tesis, sino muchas y cada una de ellas vinculadas al tema tratado, sin embargo, es posible afirmar que los colaboradores y, sobre todo, la editora y la autora de las conclusiones comparten cuatro “ideas-fuerza”. La primera, es que Nicaragua, gracias a la naturaleza de su policía y fuerzas de seguridad, ha podido escapar de la “epidemia de crimen y delito” presente en los vecinos países del Triángulo Norte. La segunda es que debido al legado —físico-infraestructural, simbólico y orgánico— de la revolución el FSLN ha vuelto al poder con un programa hegemónico que, a pesar de sus déficits autoritarios, ha respondido a algunas necesidades de la población y ha generado ciertos consensos (que se derrumbaron en 2018), si bien en el tema de políticas de género ha sufrido un retroceso espectacular. La tercera es que el país es mucho más que el “eje” Managua-Masaya-Pacífico Sur y que para comprender su realidad es necesario enfocarse en el mundo rural, tanto a nivel productivo como a nivel de sociabilidad. Y la cuarta y última es que, fruto de su singular itinerario político, Nicaragua ha sido uno de los pocos países del hemisferio que ha tenido una estrecha relación con la Unión Soviética y con los gobiernos comunistas durante los años ochenta y, desde 2007, con lo que fue el ALBA. De lo expuesto queda claro que esta puede ser de las últimas obras que encuentran más “claros” que “obscuros” en el análisis del devenir de Nicaragua, pues a partir de 2018 las reflexiones sobre el país se han focalizado en interpretar (y denunciar) la deriva represora y autoritaria del régimen de Ortega y Murillo.
Una visión antagónica a las tesis del libro anterior es el editado por Edmundo Jarquín. En este, compuesto por siete capítulos de seis autores clave en la interpretación de la realidad nicaragüense, Jarquín despliega dos tesis que son las siguientes. La primera que Ortega ha consolidado un poder personal y familiar de naturaleza sultanística y despótica, como nadie antes en la historia moderna de Nicaragua, incluido los Somoza, y la segunda, es que la naturaleza de dicho régimen no tiene ninguna línea de continuidad ni con la revolución sandinista ni con la voluntad pluralista de la administración de Violeta Barrios de Chamorro. Con todo Jarquín apunta que el nuevo proyecto familiar de los Ortega-Murillo sí mantiene la pretensión hegemonista (que no concibe soltar el poder en ninguna circunstancia) y que caracterizó a un sector del FSLN, tal como se demuestra con la cita de Tomás Borge con la que empieza el libro y que reza: “Todo puede pasar aquí, menos que el Frente Sandinista pierda el poder… cueste lo que cueste, digan lo que digan, lo único que no podemos perder, es el poder.”
Con este cometido el libro empieza con un análisis, del mismo editor, de la deriva del régimen desde 2007 hasta 2016 y, posteriormente, desgrana los seis capítulos que muestran los elementos clave de la des-democratización y que están escritos por intelectuales nicaragüenses de reconocido prestigio y cuyo conocimiento, además de teórico, tiene un fuerte componente de experiencia personal. Así el segundo capítulo, elaborado por Julio Icaza, analiza las reformas (y contrarreformas) constitucionales que, desde 1990 hasta hoy (si bien no llega a analizar la última reforma de 2024) han desfondado el Estado de Derecho que quiso ser. En esta dirección el capítulo da cuenta de las reformas de 1990, 1995, 2000, 2005, 2013 y los diversos despliegues normativos respecto a temas tan fundamentales como la defensa y la seguridad, la protesta o la soberanía nacional. Posteriormente en el tercer capítulo, José Antonio Peraza (quien fue uno de los 222 presos políticos que Ortega expulsó del país el 9 de febrero de 2023) expone el proceso de manipulación del sistema electoral por parte del régimen desde las contestadas elecciones municipales de 2008 hasta las presidenciales de 2011. Para ello da cuenta de múltiples irregularidades a través de evidencias a partir de actas en JRV hasta testimonios de miembros de diversas misiones de observación electoral. El cuarto capítulo lo escribe una especialista sobre políticas de seguridad, Elvira Cuadra, hoy exiliada en Costa Rica. En dicho capítulo desgrana el proceso de deterioro de la institucionalidad del Ejército y la Policía Nacional, señalando la absoluta subordinación de estos cuerpos armados a la figura del presidente. El quinto capítulo, escrito por Uriel Pineda, otro ex preso político que Ortega dejó en condición de apátrida en febrero 2023, se complementa con el anterior pues señala como en la política de seguridad de Ortega hay un proceso de des-institucionalización y privatización del monopolio de la fuerza, dando un peligroso protagonismo político a grupos paramilitares de los que el régimen se sirve para reprimir a la sociedad civil. El sexto capítulo, del académico Guillermo Rothschuh, da cuenta de cómo el régimen ha ido vaciando los elementos de pluralismo y libertad en el sistema de medios del país a partir de cooptación, presiones financieras y físicas y, a la postre, de miedo y autocensura. El séptimo, centrado en la gestión económica, Enrique Sáenz, economista y abogado nicaragüense, muestra cómo durante la primera década de Ortega en el poder, en la que gozó de una ingente cantidad de recursos provenientes de Venezuela y el ALBA, no se aprovechó la bonanza para impulsar un desarrollo inclusivo sino para enriquecerse —él y sus allegados—, a la par de anunciar proyectos quiméricos como la creación de un canal interoceánico que sólo sirvió para elaborar una legislación de pillaje y corrupción.
Con todo, los tres libros reseñados no dan cuenta de un episodio crucial para la historia reciente de Nicaragua, a saber, la rebelión ciudadana de abril del 2018 fruto de las protestas cívicas, iniciada por la juventud y seguidas posteriormente por un amplio sector de la ciudadanía, que pusieron en cuestión la continuidad de un régimen político que parecía navegar con cierta calma hacia la sucesión dinástica. A partir de ese momento, el régimen, ya de por sí de escasa calidad democrática, se vio ante la disyuntiva de negociar o reprimir. Y optó por la represión, que condujo a la aprobación de leyes que recortaban los derechos y libertades de los nicaragüenses, creando un marco jurídico dispuesto para el despliegue de una intensa represión. Desde entonces, numerosos dirigentes de la oposición han sido encarcelados, torturados y expulsados, y se han clausurado la totalidad de las organizaciones no gubernamentales independientes. A este paisaje de desolación se le ha sumado una nueva reforma constitucional en 2024 que convierte a la vicepresidenta en co-presidenta, permite al gobierno decretar estados de excepción sin ninguna traba y legaliza los cuerpos paramilitares para reprimir. De todas formas, este trágico episodio, aparece relatado y denunciado en algunos de los libros que se reseñan a continuación.
Testimonios desde otro ángulo
La Revolución Sandinista dio lugar a numerosos testimonios y relatos personales que difieren según se hayan elaborado en los años ochenta o escritos después, con cierta distancia del proceso revolucionario y sus inesperados desenlaces. Entre los testimonios escritos durante la Revolución destacaron obras de líderes políticos (como Omar Cabezas o Tomás Borge), poetas (como Gioconda Belli) y de escritores renombrados (como Cortázar o Salman Rushdie). Después, en los noventa, aparecieron mayoritariamente testimonios de exdirigentes sandinistas haciendo balance de sus activos y errores (destacando Adiós muchachos de Sergio Ramírez o La revolución perdida de Ernesto Cardenal). Hoy, ya entrado el siglo XXI, los libros son básicamente testimonios de personas que, si bien tuvieron una intensa implicación en dicho proceso, no fueron élites políticas y, por lo tanto, dan cuenta de otro tipo de mirada. En esta categoría se incluyen los tres libros reseñados: uno desde el activismo (Gabriela Selser), otro desde el fotoperiodismo (Pedro Valtierra) y otro (con cronista interpuesta) desde la posición de personas humildes.
Destaca, en este sentido, el honesto (entre tierno y desgarrador) libro (publicado primero en Managua por Anama y luego autoeditado) Banderas y harapos de la mexicano-argentino-nicaragüense Gabriela Selser, hija de Gregorio Selser, uno de los historiadores que rescató la figura de Augusto César Sandino. Esta obra —prologada por Sergio Ramírez, como la de Pedro Valtierra— consta de veintinueve textos en los que se hace referencia a su experiencia a lo largo de toda la década revolucionaria. El libro empieza con siete textos que hacen referencia a su vivencia como brigadista, desde su llegada a Managua (a pesar de los recelos de su papá) para participar en la Cruzada Nacional de Alfabetización (iniciando con sus diálogos con Fernando Cardenal), hasta su experiencia cotidiana en poblados al norte de Matagalpa, mostrando la relación con la familia que la acogió, sus compañeras alfabetizadoras y los primeros zarpazos de la Contra en la región.
Posteriormente el libro sigue con otra voz, la de una periodista de la Agencia Nueva Nicaragua primero y del periódico Barricada (órgano oficial del FSLN) después. Esta parte —la más extensa de dieciséis textos— habla de una guerra de agresión que luego se convirtió en fratricida, terriblemente cruel y que se interpretó con lentes ideológicas durante toda una década. A lo largo de estos textos se muestra como Selser se convierte en una bregada periodista dispuesta a dar testimonio desde la primera línea de fuego, que convive en las brigadas para la paz con personajes de la talla de Cortázar o Claribel Alegría, que da cuenta de la posición reaccionaria de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, y que muestra el dolor causado por tantas muertes de jóvenes de la ciudad (sandinistas) y del campo (contras), en un período donde se idolatraba a los muertos tildándoles de héroes, unos héroes con “bandera amada y harapienta”. También en esta parte se señala cómo la guerra terminó impactando en todos los aspectos de la vida política, social y económica del país, con supermercados vacíos, combustible racionado y colas. Criticando, a la vez, a la nomenklatura sandinista que podía zafarse de las infinitas colas que había en las puertas de los almacenes.
A partir del texto número 24 titulado “Mil y una noches” Selser da un giro al relato y empieza a diseccionar temas cruciales para comprender, no sólo el desenlace electoral de 1990 (del que habla en “Derrotados”) sino también la deriva posterior del FSLN. En estos textos se da cuenta de la distancia existente entre una comandancia arrogante, machista y autoritaria, con privilegios en un mundo de necesidades y sin ninguna capacidad para la autocrítica y, mucho menos, para el humor. Los textos “El Gran Líder” y “La broma” muestran algunos rasgos que, posteriormente, han aflorado con toda su crudeza en la figura de Daniel Ortega. El cierre del libro, sin embargo, ya no hace referencia a heroicidad, sino a la necesidad y capacidad de sobrevivir a más de una década de amor y muerte, de compromiso y pérdidas. Y de la necesidad de escribir para sanar, para intentar dormir y reconciliarse con amistades, mitos, amores y utopías perdidas. Por cierto, es difícil no enamorarse de dos personajes que aparecen en el libro: Patricia Sallick, una joven brigadista muy comprometida que rompió con la revolución y se fue del país cuando los miembros moderados de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional dimitieron y el FSLN hegemonizó el proceso, y el Cabrerita, un joven e idealista militante sandinista enrolado en el Ejército Popular Sandinista que fue asesinado por la Contra.
Sobre el mismo período y tema encontramos la edición del libro de fotos de uno de los fotoperiodistas más icónicos de la Revolución Sandinista: Pedro Valtierra. En este volumen editado en 2019 se reúnen fotos de los tres períodos en que éste estuvo en Nicaragua: 1979, 1980 y 1984. El libro empieza —como hemos dicho— con una larga introducción de Sergio Ramírez, a la que le siguen quince páginas más de la mano de Valtierra, donde expresa cómo empezó su precoz y precaria carrera de fotógrafo y cómo su experiencia de reportero en Nicaragua, con veintitrés años, fue una especie de bautismo de fuego en el sentido literal y figurado. Valtierra, enviado por el periódico mexicano Unomásuno se encontró de repente con colegas de la talla de Susan Meiselas, Alma Guillermoprieto o Benie Diedrich de Time, quien una noche en el Hotel Intercontinental le advirtió de lo siguiente: “No te confíes de las mujeres guapas, de los taxistas y menos de los meseros (…) nos están espiando todos”. También da cuenta cómo todos ellos —los periodistas— vivieron con miedo y estupor el asesinato de Bill Stewart de ABC News.
Las fotografías, en blanco y negro y de excepcional calidad, dan cuenta, en primer lugar, de las movilizaciones de jóvenes del FSLN y de batallas campales en los meses previos a la victoria revolucionaria (abril de 1979). En ellas se ven trincheras repletas de guerrilleros con cara de adolescentes, Guardias con fusiles, heridos y muertos, periodistas y reporteros, curas y abuelitas con pistola. Después le siguen icónicas fotografías tomadas en su segundo viaje dos meses después, en Managua, Peñas Blancas y León. De Managua destacan las fotos de las ruedas de prensa de Somoza y del fugaz presidente provisional Francisco Urcuyo; las fotos donde se ve la estatua de Somoza en los suelos, y las de guerrilleros en el búnker de Somoza —en su despacho, cama, gimnasio, bañera— y en el aeropuerto de las Mercedes; así como de la celebración de multitudes en las calles y plazas los días 19 y 20 de julio para festejar la caída del tirano y mostrar su jubilo ante una nueva etapa donde todo era posible. La otra serie de fotografías ya son de 1980 y de 1984 y en ellas el júbilo se ha ido desvaneciendo y aparece una imagen más bélica, triste, ya de guerra. Una muestra es la foto que aparece en la página 129, hecha en Estelí, donde una miliciana —de nombre Idalia— desfila con fusil en el primer aniversario de la Revolución. El libro concluye con unos anexos en los que aparecen dos artículos redactados por él mientras fue corresponsal.
El último libro reseñado, es de la veterana académica Laura Enríquez, pero esta vez la obra no es de sus “temas clásicos” (reforma agraria, política económica o élites) sino de testimonios de cuatro mujeres que vivieron la Revolución en su juventud y sobre cómo esta experiencia les cambió la vida. El libro titulado Children of the Revolution es una excelente obra que pivota entre la etnografía (con entrevistas en profundidad realizadas en Italia entre septiembre de 2015 y julio de 2018) y la sociología, y que sigue los itinerarios vitales de Andrea, Silvia, Ana y Pamela, de condición humilde, cuya juventud transcurre durante la década de los ochenta. La década en la que ellas se insertan al mercado laboral y en la que se resocializan a través de las políticas sociales, educativas, culturales de la revolución, y en la que entran en contacto con los innumerables cooperantes que llegaron del extranjero y que —a través de su vinculación— les abrieron ventanas de oportunidad de todo tipo: cognitivas, relacionales y económicas. Tanto fue así que el destino de las cuatro mujeres terminó siendo —mucho después de que se finiquitara la revolución— migrar a Italia. El libro, sin embargo, no sólo tiene valor por el análisis longitudinal de las vidas de cuatro mujeres expuestas a múltiples vulnerabilidades asociadas a la condición de género, renta y raza, sino también porque constituye un precioso ensayo sobre un tema clave en las ciencias sociales: la interacción entre estructura, el contexto y la agencia; donde la estructura dicta las múltiples violencias heredadas de orden machista y de pobreza material, el contexto es una coyuntura histórica excepcional (la Revolución Sandinista) y la agencia es la voluntad de todas ellas —a través de las oportunidades que se les presentan— para conseguir una vida mejor, sobre todo, para sus hijos. La capacidad de Enríquez para llevar a cabo una obra de esta naturaleza radica en que Andrea, Silvia y Ana trabajaron en Nicaragua con su familia durante los años ochenta, y en que Pamela trabajó en la misma ONG que el esposo de la autora. Así las cosas, las entrevistas se sostienen en casi cuatro décadas de confianza interpersonal, fenómeno que no fue exclusivo de Enríquez, sino que ocurrió con tantos cooperantes que hicieron vida en Nicaragua y generaron estrechos vínculos con personas que hicieron labores domésticas y de cuido con sus familias y que, al final, fueron tratados como uno más de la familia.
El libro de Enríquez consta de unos agradecimientos, cinco capítulos y unas conclusiones. La introducción enmarca el trabajo en diversas discusiones teóricas donde destaca, por un lado, la tensión entre la violencia estructural y la agencia y, por otro lado, los temas del trabajo doméstico, la migración y la movilidad social. Los capítulos 2 y 3 analizan las infancias de las mujeres durante los años setenta y su juventud en los ochenta. En el segundo capítulo se muestran los genogramas de las cuatro protagonistas dando cuenta las realidades de las familias humildes nicaragüenses donde, además de ser extensas, suelen ser desestructuradas, compuestas y recompuestas, con paternidades ausentes y madres que —por su condición de trabajadoras sobrepasadas— difícilmente pueden proteger a sus hijas. El tercero se centra en la violencia machista y la inequidad de género, mostrando cómo esta estuvo presente en las vidas de las entrevistadas de forma traumática, señalando que no es casualidad ni excepción lo que aconteció a Andrea, Silvia y Ana. De todas formas, también en este capítulo se expone como la revolución, con sus mensajes y sus organizaciones de mujeres, generó una incipiente cultura feminista centrada en superar la brecha de género y abrazar nuevos retos aspiracionales. Precisamente por eso, estas mujeres identificaron los abusos machistas que padecieron —también por sus parejas— y quisieron brindar un futuro mejor a sus hijos, y lo hicieron a través de un proyecto migratorio donde rescataron redes internacionales que se gestaron en los años ochenta – en este caso a Italia. Y eso es de lo que se trata en los dos capítulos siguientes, primero mostrando la dureza de la separación de sus lugares de origen, de sus familias y el dolor de experimentar exclusión y racismo; y luego señalando las expectativas y anhelos de futuro para sus hijos. Destaca, en este apartado, la constatación del hecho de que el acceso de los centroamericanos a la Unión Europea es legal y que la disposición de una red de confianza disponible al llegar a Italia es un activo sólido. De todas maneras, la remuneración y los derechos y los servicios que pueden adquirir sus hijos no quita la dureza de los trabajos que realizan. En el fondo, los trabajos a que acceden las tres mujeres son fruto de la demanda de mano de obra barata y flexible en el sector del servicio doméstico y de cuidados (sobre todo de personas mayores dependientes) en los países del sur de Europa que tienen una población envejecida y un Estado de Bienestar en crisis.
De lo expuesto, en las conclusiones, Enríquez da cuenta de un elemento poco estudiado sobre la Revolución Sandinista: los itinerarios migratorios de mujeres humildes como resultado de las redes de confianza que se establecieron con los cooperantes durante los años ochenta, y cómo las políticas de género en ese mismo período supusieron un empoderamiento entre las mujeres jóvenes. Todo ello vinculado a un tema clave de la sociología: presentar desigualdades interseccionales —de clase, género, étnicas o estatus— a través de testimonios con los cuáles empatizar.
Ortega y Murillo: Perfiles tóxicos y autoritarios
¿Por qué surge un tirano? ¿Qué es lo que sucede en un país para que un caudillo se haga con todo el poder? ¿Qué ocurre cuando un país está gobernado despóticamente? ¿Cuáles son los pensamientos que ocupan la mente de un gobernante todopoderoso? Estas preguntas, que pueden parecer caprichosas, no son gratuitas; sirven para repensar la historia política de algunos países, entre los que se puede incluir Nicaragua.
Sobre ello, la producción literaria latinoamericana ha sido ingente. La lectura de obras como El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, Yo el supremo de Augusto Roa Bastos, El recurso del método de Alejo Carpentier, El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias o La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa son una magnífica estrategia para comprender la esencia del fenómeno de la tiranía. Todas estas obras coinciden en que las dictaduras lo pudren todo. ¿Cómo es posible la existencia y el don de mando de estos personajes que parecen figuras deformadas por espejos convexos? ¿Se pueden codificar sus conductas? Esto es lo que los que pretenden escudriñar los libros sobre las dos figuras centrales de la política nicaragüense actual y que aquí se reseñan: el de Fabián Medina Sánchez sobre Daniel Ortega y el de Carlos Salinas Maldonado sobre Rosario Murillo, ambos periodistas.
El libro sobre Ortega, titulado El preso n. 198, que consta de veinte capítulos, con una introducción y un epílogo, muestra la vida del líder sandinista desde su adolescencia hasta su regreso al poder en 2007, siendo la tesis central del libro que su paso por la prisión, acusado por asaltar una sucursal bancaria, fue determinante en su vida. Según Medina Sánchez, las rutinas y avatares de prisionero que experimentó a lo largo de siete años y cuarenta y dos días en la cárcel marcaron su forma de estar en el mundo: “desde sus manías hasta sus compulsiones sexuales” apunta (8). Así las cosas, el autor señala que la prisión y cuatro situaciones más (la derrota electoral de 1990, un infarto en 1994, la denuncia de su hijastra en 1998 y la rebelión cívica de 2018) han marcado su vida personal y también la política.
En base a esta premisa, el libro muestra los primeros pasos de Ortega en el FSLN, su vida de adolescente en el barrio de San Antonio de Managua (en el que conocería parte de su entorno militante y a figuras como Arnoldo Alemán o Rosario Murillo), su paso y rescate de la cárcel —gracias al asalto de la casa de Chema Castillo— y cómo, ya en libertad, nunca dejó de padecer el síndrome del prisionero, manteniendo en su entorno de amistades más próximo a sus compañeros de prisión, hasta el punto de reclutar como guardaespaldas algunos carceleros suyos. Posteriormente el libro continúa exponiendo el rol de Ortega en la lucha guerrillera, en la división del FSLN, en el exilio en San José, así como la aparición de Rosario Murillo en su vida, previa exposición de la historia de ella antes de convertirse en su pareja.
El libro trascurre sin seguir un orden cronológico, sino señalando eventos (a veces de apariencia insignificantes) que hacen referencia a la figura de Daniel y que ayudan a entenderlo, como la elección de su hogar (en el residencial El Carmen) una vez se convirtió en comandante de la Revolución, el ataque al corazón que sufrió en 1994, o el distanciamiento (y asesinato) de uno de sus allegados más queridos, el loco Guadamuz, y la ruptura del FSLN entre ortodoxos (orteguistas) y renovadores. También destaca el testimonio de uno de sus escoltas durante los ochenta, llamado Pham Van Dong, que desvela muchas de las rutinas y conductas de Ortega, entre las que destacan su carácter huraño, su incapacidad de encajar críticas y su desconfianza crónica. Entre los últimos capítulos figuran temas tan claves como morbosos, a saber, los vaivenes de la relación entre Ortega y Murillo durante más de dos décadas, la denuncia de su hijastra Zoilamérica por abusos sexuales, y el pacto de 2000 entre Alemán y Ortega. El texto finaliza con un capítulo sobre su regreso a la presidencia el año 2007 y cómo, desde allí, intenta establecer un régimen que permita perpetuarle en el poder. Finalmente, en el epílogo, el autor se pregunta cómo ha sido posible que “Daniel Ortega haya llegado a ser la figura principal de una revolución triunfante, a pesar de su modesta participación en ella, y que además se haya convertido en jefe de Estado, caudillo y dictador, a pesar de su poca preparación académica y escaso carisma personal” (167). Según el autor este fenómeno solo se explica por la cultura política de “hombre fuerte” presente en el país y por la inexistencia de escrúpulos de Ortega.
El otro libro sobre Rosario Murillo, complementario al reseñado, se divide en tres apartados, una breve introducción y un epílogo. El libro, a diferencia del anterior, tiene un carácter más interpretativo, ya que pone voz a las disquisiciones de los tres protagonistas centrales, creando un texto ficcionado en el que Rosario es el eje central de la trama. Una trama que tiene como elemento central la tensa relación de pareja (y de poder) entre Rosario y Daniel, donde su hija Zoilamérica (abusada por su padrastro) es utilizada como moneda de cambio y abandonada —por parte de su madre— para tener a sus pies al comandante quien, durante la Revolución Sandinista, nunca le hizo demasiado caso.
El libro sigue de la siguiente manera: la primera parte (que consta de siete capítulos) se centra en la historia personal de Rosario durante su juventud y en los años ochenta, haciendo hincapié en la relación violenta y de abuso de Daniel hacia Zoilamérica. También da cuenta de cómo Rosario tolera esa situación, a la par que se siente ultrajada por no ser reconocida como (según ella) debería al ser la primera dama. En este apartado se relata cómo durante la revolución, Rosario hace una vida alejada de las rutinas de Daniel, y cómo compite con Ernesto Cardenal en el control de las políticas culturales de la revolución, creando un coro de artistas aduladores a su alrededor. El último capítulo de este apartado narra la derrota de Daniel en las elecciones de 1990, en las que Rosario, además de advertirle que el FSLN no ganaría los comicios, le declara lealtad y le ofrece consuelo.
La segunda parte del libro, de cinco capítulos, se centra en el “caso Zoilamérica” que estalla en 1998 y que supone una revictimización de la hijastra de Daniel, y que al final, supone su exilio (uno nuevo en su vida) al verse expulsada del entorno familiar debido a que Rosario toma partido por Daniel, quien, a partir de entonces, le debe su carrera política, invirtiéndose la lógica de dependencia que se había creado en los años ochenta. También en esta parte se da cuenta de la fuerte vinculación de Rosario con las creencias esotéricas que, más allá de ser un asunto privado, terminan influyendo en la iconografía de su casa y, posteriormente, de todo el país. La tercera parte, más breve (de tres capítulos), relata la revuelta civil de 2018 que descoloca al régimen y sobre cómo ella toma las riendas del poder imponiendo su voluntad de forma autoritaria a través de una represión despiadada que la coloca como la máxima autoridad fáctica del país. Un hecho que tendrá su correlato en la última reforma constitucional (el 22 de noviembre de 2024) que eleva el papel de la vicepresidencia al de “copresidencia”. Finalmente, en el epílogo de la obra, se señala que Rosario se ha convertido en una figura dantesca que, a golpe de transacciones envenenadas, ha ido acumulando poder y víctimas a sus espaldas.
Antes de terminar: Una muy breve reflexión
Una vez desgranados los textos arriba mencionados queda preguntarnos cuáles son las novedades de la literatura actual sobre Nicaragua respecto de los años (y décadas) anteriores. Posiblemente la novedad más llamativa es un resurgimiento de la producción académica y ensayística sobre el país después de décadas en que Nicaragua estaba poco presente. Es cierto que quedaron algunos académicos comprometidos que continuaron trabajando sobre el terreno, pero a lo largo de los años hubo más deserciones que nuevas incorporaciones. En este sentido, sí es posible señalar que durante el presente lustro ha aparecido una generación de jóvenes brillantes —como los autores de los libros del primer epígrafe— que aportan una nueva sabia (y mirada) al debate sobre el pasado y la actualidad. A la vez, es preciso anotar que a dicho debate se incorporan también —y con fuerza— obras de periodistas y académicos nicaragüenses que —si bien siempre estuvieron— la actual coyuntura les da (demasiadas veces desde el exilio) una voz amplificada.
Además de eso, es destacable la diversidad de ángulos de estudio sobre los que se vuelve a analizar Nicaragua, que van desde reflexiones sobre el rol del país en el contexto internacional, sobre la naturaleza política del régimen (con sus cambios abruptos y sus inconfesables líneas de continuidad), sobre la intrahistoria de personajes anónimos, y sobre la necesidad de comprender —a veces a través de la psicología, la poesía o la fabulación— cómo las estirpes de tiranos han vuelto a florecer. En este sentido, es difícil señalar, entre las diferentes categorías de análisis, cuáles dan una aportación más ajustada y certera de la realidad del país. En mi opinión, el análisis desde diferentes ángulos es un ejercicio necesario para poner a Nicaragua en el foco de la agenda académica y de reflexión. Una reflexión que no puede ser ajena a las grandes líneas temáticas de la actualidad, como son los debates sobre lo poscolonial, el nuevo desorden global, los estudios de género o los movimientos migratorios. Y todo ello, sin olvidar las violaciones a los derechos humanos y la falta de libertad que vive, hoy en día, el país.