¿Hubo un contexto social y político en el Imperio español que favoreciese la circulación global de conocimientos teóricos y técnicas militares? ¿Los ingenieros participaron en redes de circulación tecnológica como agentes colaboradores de la transferencia cultural producida durante el siglo XVIII entre Europa y el Caribe? Estas cuestiones constituyen la base de esta investigación, que parte del concepto de circulación global del conocimiento científico, poniendo el acento sobre las formas en que las novedades formativas, literarias o militares se trasladaron de un punto a otro del Atlántico, y cómo produjeron una consolidación de la imagen del Imperio español (Headrick Reference Headrick2010). El análisis de este proceso contribuye a comprender la organización institucional del estamento militar hispano en América, implicando a diversas estructuras sociales afectadas por las novedades científicas trasladadas durante el siglo XVIII. Al analizar en su contexto el papel de los ingenieros como introductores de estas ideas, también se pretende ratificar que el Caribe constituyó un área esencial en la configuración de canales de conocimiento en América (Kamen Reference Kamen2004).
La presencia de ingenieros en el Caribe español desde el siglo XVI debe entenderse como un fenómeno inherente a la organización geopolítica de un territorio fundamental para el poder imperial (Mintz Reference Mintz1983). Sus labores fueron destacadas por la historiografía desde los inicios del siglo XX, cuando se publicaron las primeras monografías que se aproximaron al tema partiendo de una metodología interesada por la datación documental de la labor arquitectónica (Angulo Íñiguez Reference Angulo Íñiguez1942; Capel et al. Reference Capel1983). Posteriormente, otros textos incidieron en el análisis formal de las fortificaciones caribeñas (Gasparini Reference Gasparini1985; Marco Dorta Reference Marco Dorta1988; Gutiérrez Reference Gutiérrez2005) y en los procesos constructivos, empleando una metodología positivista que resulta básica para los nuevos estudios (Zapatero Reference Zapatero1979; Calderón Quijano Reference Calderón and Antonio1996).
Ahora se pretende demostrar la importancia de los ingenieros españoles en la globalización moderna, al entender que fueron agentes necesarios en los procesos de transferencia cultural que, según Espagne (Reference Espagne2013, 1–9), se producirían entre ambas orillas del Atlántico, generando una homogeneización del conocimiento militar, científico y tecnológico. Para ello se analizarán varios casos que permiten comprender la importancia de los ingenieros como agentes necesarios dentro de un contexto local determinado por problemáticas de carácter global, como la consolidación del nuevo Imperio borbónico en América participando de los enfrentamientos con otras potencias europeas o de la política virreinal como experimentados oficiales militares, como ya ha analizado Eissa-Barroso (Reference Eissa-Barroso2016, 35–210) para el contexto de la Nueva Granada.
El Caribe se vio afectado por distintos enfrentamientos que, si bien partieron de la guerra de Sucesión Española (1702–1714), alcanzaron su punto álgido durante la guerra del Asiento (1739–1748), conflicto que generó una extraordinaria rivalidad entre los imperios británico y español por conseguir el monopolio del comercio americano y la compraventa de esclavos (Gaudi Reference Gaudi2021). Por ello, bajo la dirección del almirante inglés Edward Vernon se produjeron varios ataques a ciudades caribeñas, originando un debilitamiento del poder imperial español que desembocó en la conquista de La Habana por los ingleses en 1762. También la firma del III Pacto de Familia en 1761 mejoró las relaciones entre Francia y España en contra de la creciente amenaza británica, conformando un mapa geopolítico internacional que afectó al Caribe, salpicado por otros problemas no menos importantes como la piratería o el contrabando, que implicaron a diversos estamentos en un conflicto global extraordinario en estas latitudes.
Ante este panorama, los ingenieros se convirtieron en figuras esenciales para entender la interacción entre la historia local del Caribe español y los episodios globales citados. La delimitación de categorías como espacio, movilidad o interpenetración en la producción de los ingenieros abre nuevas posibilidades de análisis, integrándolos en la jerarquía virreinal española y convirtiéndolos en agentes útiles para las relaciones con los nativos. El interés es enfatizar el papel de los ingenieros en la ordenación geopolítica, social y cultural del Caribe, aportando un conocimiento necesario para la mejora de la diplomacia, la política y la generación de una imagen consolidada del poder imperial español al otro lado del Atlántico.
De un medio a otro: El espacio local como condicionante
Si tenemos en cuenta que la globalización y sus protagonistas se han consolidado desde hace varias décadas como un tema de análisis científico para entender sociedades y contextos, los ingenieros también pueden incluirse como agentes integrados en el desarrollo de estos procesos históricos. Sobre todo, porque el poder de los imperios se ejercía con recursos militares que se trasladaban globalmente, pero que se aplicaban a nivel local (Yun Casalilla et al. Reference Yun Casalilla2021). Por ello, es necesario tener en cuenta que muchas de las órdenes que se trasladaban al Caribe eran emitidas o, al menos, supervisadas desde Madrid y por ingenieros que no habían estado en América, pues pertenecían a un escalafón superior. Aun así, las recompensas económicas obtenidas del reformismo borbónico sufragaron los persistentes enfrentamientos que alteraron el orden territorial hispano, motivando un aumento en el número de ingenieros en América y en su consideración como agentes vinculados a una corporación militar estratégica para la seguridad del imperio (Kuethe y Andrien Reference Kuethe and Andrien2018, 48–69). En relación a sus biografías, los ingenieros pertenecían al Real Cuerpo, institución dependiente de la Corona española fundada en 1711, imponiendo una disciplinada jerarquía que repercutió en una mejora de las defensas del imperio. Además, se formaban durante cuatro años en las Academias de Matemáticas, que se fundaron a partir de 1718, donde adquirían un alto grado de erudición en diversas materias. La relevancia de los ingenieros en la administración fue extraordinaria, pues fueron considerados como personal altamente cualificado del que dependía la seguridad de las rutas comerciales, el control de las fronteras y la construcción de fortificaciones. De hecho, como complemento a sus labores arquitectónicas, ingenieros como Ignacio Sala en Cartagena de Indias o Antonio de Narváez en Santa Marta ostentaron cargos de gobierno con los que se integraron en la administración imperial alcanzando una posición extraordinaria en la sociedad americana (Gámez Casado Reference Gámez Casado2022, 313–315). Este colectivo resume a la perfección lo que Storrs (Reference Storrs2017) llamó el resurgimiento español producido en tiempos de Felipe V, donde las campañas en África e Italia consolidaron un estamento militar cuya asentada estructura fortalecida fue esencial para el afianzamiento del poder imperial en América.
Hubo un interés por aplicar en el Caribe principios que tuvieron un cierto éxito en Europa. Durante la edad moderna se produjo un viaje por el Atlántico de unos conocimientos enmarcados en un proceso de globalización, aplicándose a nivel local por los ingenieros que trabajaban a pie de obra en América y que tenían que asumir una orden promulgada desde los organismos superiores. La Corona hispana confió en los ingenieros al reconocerles una formación superior a la de otros grupos, como demuestran tanto la publicación de tratados de ingeniería —caso de los escritos por Félix Prósperi o Ignacio Sala— como la graduación, a partir de 1718, en las Academias de Matemáticas vinculadas al Real Cuerpo de Ingenieros (Muñoz Corbalán Reference Muñoz and Miguel2015, 11–34; Gutiérrez y Esteras Reference Gutiérrez and Esteras1991, 31–98).Footnote 1
La primera necesidad surgida para conseguir una correcta aplicación de estos principios fue el conocimiento exhaustivo del medio, entendiendo que el concepto de espacio no se circunscribía a lo geográfico, sino que también se ampliaba a cuestiones vinculadas al ámbito social. Esta idea se multiplicaba en el Caribe, donde existían varios elementos locales que afectaban a esa implementación de las normas globales. Siguiendo las ideas que sobre el modelo de estructuración imperial planteó Gallagher (Reference Gallagher1982), las propuestas emitidas desde Madrid podían ser similares para el Caribe, Europa o Filipinas, en un intento de unificar los criterios de carácter organizativo, pero la manera de implementar esos principios variaba al atender a una determinada historia local.Footnote 2 Esto hace fundamental el conocimiento de lo particular, máxime cuando se pretenden resolver problemas de carácter global en un contexto de enfrentamientos.
Como fuente fundamental se deben valorar las descripciones que publicaron geógrafos y militares españoles desde el siglo XVI, tal es el caso de Tomás López (Reference López1758, 61). Sus descripciones de los puertos americanos demuestran una preocupación evidente por conocer el medio, utilizándose como fuente de consulta por los ingenieros que debían asegurar el litoral caribeño. López reconoció que el puerto de Cartagena era el mejor de toda América, pues los navíos de mayor calado no podían arribar en su plaza al estar protegida por una extensa bahía repleta de barreras de coral. Tales circunstancias muestran la importancia del espacio local en la creación de un sistema global de asentamiento urbano, pues los condicionantes del medio cartagenero influyeron en la adaptación de unas políticas constructivas cuyos preceptos nucleares venían impuestos desde la Corte. Estos elementos fueron tenidos en cuenta por los ingenieros, quienes se enfrentaban a unos condicionantes geográficos distintos a los conocidos en Europa, dificultando el traslado de los modelos arquitectónicos entre ambas orillas del Atlántico.
Precisamente la adaptación de ciertas tipologías constructivas al complejo contexto caribeño permite entender la creación de fuertes como el de San Felipe del Morro de Puerto Rico o el de San Lorenzo el Real del Chagres, para los que se fortificaron sendos promontorios con baterías que configuran unos conjuntos únicos en la América hispana. Estas fortificaciones ejemplifican la adaptación de los principios defensivos europeos a un espacio diferente como el americano, demostrando que los ingenieros supieron aprovechar las ventajas del terreno local para configurar elementos defensivos insólitos ante un problema que afectaba globalmente al conjunto del Caribe.
La responsabilidad asumida por los ingenieros en la defensa del territorio partió de un estudio detallado de las descripciones geográficas. El conocimiento de lo local fue determinante para la configuración de los principales sistemas defensivos del Caribe, resultando un desafío notable al trabajar sobre unos territorios cuyas distancias, condicionantes climáticos y agentes naturales eran muy diferentes a los conocidos en Europa. La principal aportación de los ingenieros en este capítulo fue la utilización del espacio como primer medio defensivo, aprovechando la estratégica localización de los principales puertos al fondo de bahías de bolsa. Como bien planteó Herrera y Tordesillas (Reference Herrera y Tordesillas1725, 33–34), las bahías fueron empleadas como primera barrera defensiva contra los enemigos, pues impedían realizar ataques a mar abierto contra los puertos hispanos al reconducir las mareas. Los ingenieros también aprovecharon estas circunstancias locales para situar las fortificaciones en distintos niveles, creando líneas defensivas sucesivas que controlaban el paso de barcos desde la boca de la bahía hasta el puerto. Si bien es cierto que estos recursos ya fueron empleados en distintos puertos europeos, como las bahías de Cádiz, Marsella o La Valeta, la novedad de los casos caribeños radicó en la paulatina adaptación de las fortificaciones a las necesidades del contexto, fomentando unas originales estructuras irregulares que se alejaban gradualmente de las antiguas fortificaciones simétricas, como se observa en los fuertes de San Fernando de Bocachica en Cartagena, de San Jerónimo en Portobelo o de San Fernando en Omoa. También en Cuba se ejemplifican estas ideas en los casos de Santiago o de La Habana, donde las fortificaciones fueron construidas adaptándose a las necesidades del contexto, acumulando elementos exteriores tendentes a la irregularidad para ajustarse al perfil orográfico, como ocurre en la batería habanera de San Miguel de la Cabaña, y conformando complejas estructuras que se apartan de los modelos regulares abaluartados tan recurrentes en el ámbito europeo, como se logró en el Morro de Santiago de Cuba (López Hernández Reference López and Ignacio2021, 88–101) (Figura 1).

Figura 1. Esquema del sistema de defensa de La Habana durante la segunda mitad del siglo XVIII. Fuente: elaboración propia.
Caso similar ocurrió con Portobelo, donde los ingenieros Manuel Hernández e Ignacio Sala dispusieron baterías en ambas orillas de la bahía, creando líneas de protección continuas mediante fortificaciones cuyos disparos podían cruzarse, cumpliendo así con la premisa citada de Herrera y Tordesillas (Figura 2). El conocimiento del medio local resultaba básico para la correcta localización de las fortificaciones, teniéndose en cuenta la adaptación de técnicas constructivas y materiales que se podrían encontrar fácilmente en estos emplazamientos. Por ejemplo, el ingeniero Antonio de Arévalo informó en 1753 que, para la construcción de las fortificaciones de Cartagena era necesario extraer la piedra coralina de las canteras locales, utilizándose para la cimentación unos pilotes clavados a gran profundidad.Footnote 3 Los ingenieros debían adaptar al Caribe las tradicionales técnicas conocidas en Europa, pues escaseaban no solo los materiales convencionales, —como las piedras recomendadas por Cristóbal de Rojas en su tratado—, sino también otros recursos constructivos, como la cal, lo que obligó a la construcción de caleras en distintos puntos del territorio (Cruz Freire et al. Reference Cruz Freire2020, 80–81). Por todo ello, la relación entre espacio local y conflicto global es necesariamente inseparable, ya que la eficaz utilización del medio geográfico siempre fue una preocupación primaria entre los ingenieros que trabajaron en la América hispana.
Tal planteamiento se advierte tanto en los ejemplos citados, como en las continuas referencias que a la orografía se incluyen en sus informes. Por ejemplo, Herrera y Sotomayor envió una detallada descripción de la bahía de Cartagena a la junta de guerra con la intención de situar correctamente las fortificaciones, destacando por la exactitud de sus medidas, la precisión de sus comentarios y la rigurosidad de su análisis.Footnote 4 Caso similar ocurrió con el ingeniero Conde de Roncali durante su examen de la bahía de Puerto Cabello, incluyendo numerosas referencias a su flora y a la disposición de sus elementos rocosos.Footnote 5 Estos ejemplos demuestran que la resolución de problemas globales, la construcción de las fortificaciones y la reestructuración del mapa geopolítico en el Caribe del siglo XVIII pasaba por un exhaustivo conocimiento del espacio, considerándose necesario para la adaptación de los modelos defensivos emitidos desde la Corte.

Figura 2. Esquema del sistema de defensa de Portobelo durante la segunda mitad del siglo XVIII. Fuente: elaboración propia.
Destinos, movimientos y misiones: La movilidad de los ingenieros y la circulación del conocimiento
Diversos historiadores han planteado que durante la segunda mitad del siglo XVI hubo un interés por el conocimiento científico, surgiendo medidas para la mejora formativa por los distintos focos culturales (Goodman Reference Goodman1988, 255–67). Quedaban superados los estereotipos que relacionaban a España con una historia popular y desinteresada por el conocimiento científico. El renacer que se produjo en tiempos de Felipe II ahondó en la circulación de unos descubrimientos que facilitaron el auge del conocimiento, surgiendo una conciencia extraordinaria sobre el uso de la tecnología como base para el avance cultural (Yun Casalilla Reference Yun Casalilla2019, 334).
Un contexto similar al comentado se produjo durante el siglo XVIII. Tras la finalización de la guerra de Sucesión al trono español surgió una restructuración borbónica en América, reordenándose una administración influida por la llegada de diversas corrientes europeas que no solo reforzaron el papel de los militares en los altos estamentos políticos, sino que también generaron una nueva división territorial mediante la fundación del virreinato de la Nueva Granada (Eissa-Barroso Reference Eissa-Barroso2016). Aunque algunos métodos variaron con respecto a los tradicionales modelos de desarrollo propios del siglo XVI, el papel de los ingenieros debe entenderse como un elemento común entre ambos contextos. Así, fueron agentes que participaron de la difusión de los conocimientos teóricos durante la Edad Moderna, al colaborar con los círculos formativos vinculados al Imperio, como podían ser las Academias de Matemáticas, donde los aspirantes se instruían en ciencias, arquitectura o dibujo. Es evidente que las redes comerciales y la conformación de líneas de intercambios sociales entre ciudades facilitaron un contexto del que también participaron los ingenieros, cuyos desplazamientos entre territorios agilizó el intercambio de ideas, tratados y técnicas.
Las descripciones de los agentes que difundieron el desarrollo tecnológico por América se han centrado de manera recurrente en citar casos vinculados a las ciencias naturales, procesos de evangelización o modelos urbanísticos. Por ello, se debe insistir en el papel desempeñado por los ingenieros en la expansión de una cultura técnica y libresca por el Caribe, iniciándose en tiempos de Felipe II con las propuestas de Bautista Antonelli y consolidándose durante el reinado de Carlos III, cuando se produjo el mayor traslado de ingenieros entre Europa y el Caribe. Este hecho entronca con el debate sobre el fenómeno dinamizador propio de la Edad Moderna, que potenció unas transformaciones imperiales a través de la movilización de la ciencia y el arte (Castro-Klarén Reference Castro-Klarén2010, 213–228). Aún así, lejos de una visión eurocéntrica, este traslado del conocimiento material tuvo un sentido bidireccional, pues a Europa también llegaron con fluidez materiales, colecciones y álbumes que recogían los descubrimientos obtenidos en las diversas expediciones científicas organizadas en el contexto ilustrado. En estos viajes, organizados por botánicos, expedicionarios y científicos —como Mutis o Sibylla Merian—, los ingenieros actuaron como diplomáticos y negociadores con los indígenas locales para frenar el contrabando y garantizar la seguridad, facilitando la organización de estos encuentros que repercutieron decisivamente en un tornaviaje del conocimiento científico del Caribe a Europa (Schiebinger Reference Schiebinger2007, 23–68).
Este fenómeno se advierte también en la integración entre las élites locales, pues si bien la mayor parte de los ingenieros obedecieron fielmente al mandato de sus superiores, otros casos ejemplifican la estrecha vinculación surgida con la población autóctona. Por un lado, la existencia de criollos trabajando al servicio de la Corona debe entenderse como un fenómeno social que ayudó a la consolidación del poder imperial, demostrándose que, aunque fueron casos puntuales, no todos los ingenieros habían nacido en Europa. Este fue el caso del ingeniero cartagenero Antonio de Narváez, quien además de ejercer como gobernador en Panamá y Santa Marta, desempeñó un papel clave en la declaración de independencia de las Provincias Unidas de Nueva Granada. Un caso similar fue el del ingeniero Manuel de Anguiano, quien, en 1787, fue enviado para dirigir las últimas reformas en las fortificaciones de Cartagena y terminó integrándose en los movimientos locales que reclamaban la independencia de la Nueva Granada en 1811.Footnote 6 Aunque los ingenieros tuvieron un papel residual en las negociaciones políticas al estar integrados en una jerarquía militar, estos ejemplos demuestran que en ciertos casos llegaron a formar parte de élites locales que pretendían obtener el poder mediante procesos separatistas, surgiendo una tensión natural entre criollos y peninsulares.
Estos condicionantes no repercutieron en la integración de los ingenieros en la sociedad. Sus traslados al Caribe estaban justificados por la necesidad de defender los puertos caribeños y por la falta de arquitectos debidamente formados para la proyección de infraestructuras públicas. Por estas razones asumieron la construcción de edificios civiles e incluso religiosos, como las catedrales de Panamá y Santa Marta, obteniendo un papel esencial en la articulación del mapa geopolítico del Caribe y en la salvaguarda de los dominios hispanos en ultramar.
Estas misiones requerían de una distribución precisa de los ingenieros según los intereses de la Corona española en cada una de las décadas del siglo XVIII, alcanzando una media de cinco desplazamientos a lo largo de sus carreras por todo el territorio que conformaba el Imperio español, incluyendo Filipinas, América y Europa.Footnote 7 Esta cifra puede ser comparada con la obtenida de los itinerarios practicados por otros agentes vinculados a la administración imperial, pues se debe recordar que los virreyes, gobernadores y religiosos también se desplazaron por distintas zonas del territorio, contribuyendo en gran medida a la interculturalidad y al traslado de las novedades científicas. Si bien la mayoría de estos grupos contaba con destinos fijos, se sucedieron durante el siglo XVIII distintos agentes cuya misión específica era reconocer el medio y realizar experimentos científicos dentro de un contexto ilustrado, superando notablemente la cuantía de desplazamientos estipulada para los ingenieros. Tal fue el caso de los científicos Jorge Juan y Antonio de Ulloa (Reference Juan1748), quienes recorrieron el Caribe de camino al Pacífico haciendo paradas en Cartagena y Portobelo antes de proseguir su expedición hacia el virreinato del Perú. En el Caribe tuvieron la oportunidad de reunirse con académicos franceses como Godin o Bouguer, con quienes intercambiaron ideas y pareceres, demostrando la importancia de estos desplazamientos para el avance científico (De Ribas Reference De Ribas2015, 91). También sabemos que virreyes como Sebastián de Eslava se desplazaron continuamente entre Santa Fe y Cartagena para cubrir las necesidades geopolíticas del territorio y que otros como Antonio Caballero y Góngora, —quien pasó de obispo de Yucatán a virrey de la Nueva Granada—, también se movieron por distintos puntos del Caribe (Gómez y Gómez Reference Gómez y Gómez1989). Estos casos advierten que el fenómeno de la movilidad no fue exclusivo de los ingenieros, pues también fue practicado por otros agentes vinculados a la administración imperial, contribuyendo al intercambio de ideas, al avance cultural y al desarrollo científico.
El número de ingenieros en el Caribe varió a lo largo del siglo, de manera que durante las primeras décadas continuó siendo limitado. Parece que el destino caribeño fue rechazado por los ingenieros de mejor formación, que preferían trasladarse por otros puntos de Europa. Habría que espera hasta la década de 1730 para que la nómina aumentase hasta la decena, surgiendo importantes concentraciones en ciudades como Puerto Cabello o Cumaná, en cuyas fortificaciones trabajaron Juan de Gayangos Lascari o Juan Amador Courten (Gámez Casado Reference Gámez Casado2019). A partir de 1765, la presencia de ingenieros se triplicó, produciéndose un aumento tanto cuantitativo como cualitativo, pues arribaron los de mayor formación de cuantos trabajaron en el Caribe.Footnote 8 La Ordenanza de 1768 influyó en la decisión de varios ingenieros de trasladarse a América, pues se aprobó un beneficio económico por movilidad y un ascenso a la categoría superior a cambio de permanecer en el destino durante cinco años. Durante el último tercio del siglo XVIII destacó la presencia de un grupo de ingenieros ampliamente formados, cuyas motivaciones de movilidad por el Caribe eran variadas. Agustín Crame supervisó varias propuestas de defensa en seis puertos como visitador general de las fortificaciones, cargo que le responsabilizaba de la correcta ejecución de los proyectos.Footnote 9 Por su parte, Antonio de Arévalo encabezó expediciones diplomáticas desde Cartagena al Darién en representación del virrey Caballero y Góngora, donde negoció con el cacique del río Caimán para impedir el contrabando de mercancías.Footnote 10 Una tarea similar hizo, a comienzos del siglo XVIII, Juan de Herrera y Sotomayor, quien también se desplazó al istmo para implementar la nueva política de fronteras. El amplio conocimiento del territorio obtenido por estos ingenieros gracias a sus viajes, repercutió en una extraordinaria consideración de sus labores por parte de la Corona, considerándolos agentes necesarios para el control territorial en una etapa de tensión internacional. Al complementar su amplia formación académica con el análisis del territorio, los ingenieros demostraron una extensa noción del imperio en materia social y defensiva. Ello consolidaba su papel como agentes esenciales en la conformación de un discurso global del poder, cuyos principios se basaban en los nuevos ideales de tradición borbónica implantados en España tras la guerra de Sucesión.
La comparación del número de ingenieros destinados, durante el siglo XVIII, al espacio denominado por von Grafenstein Gareis (1997) como Circuncaribe demuestra que la mayor acumulación se produjo en el litoral caribeño de la Nueva España, donde la conquista de La Habana en 1762 obligó a desplazar numerosos efectivos (Figura 3). Como se aprecia en el gráfico, en la década de 1770 se alcanzó un total de cuarenta y tres ingenieros, lo que supone un 70 por ciento de cuantos fueron destinados al Circuncaribe. Por su parte, en las costas caribeñas de la Nueva Granada apenas se alcanzó la veintena. Estos datos permiten asegurar que el golfo de México fue la dirección de ingenieros más importante de América durante el siglo XVIII, conformando un espacio básico para la circulación de los agentes protagonistas de la transferencia de la cultura militar, técnica y libresca.

Figura 3. Ingenieros militares en el Caribe durante el siglo XVIII. Quedan señalados en rojo los correspondientes al virreinato de la Nueva España, mientras que en verde se marcan los de la Nueva Granada.
La movilidad de los ingenieros en distintas ciudades del Caribe según la década, entronca con el asentamiento de un sistema institucional propagado gracias a los desplazamientos. La cultura europea ligada a las necesidades de ascenso social y a la vinculación con los altos estamentos virreinales se impuso paulatinamente en los círculos formativos caribeños, contribuyendo a ello la movilidad de los ingenieros. Precisamente la difusión del concepto de mérito en el Caribe tuvo un alto componente nobiliario, considerándose exclusivo de personajes vinculados a linajes o estamentos militares (Córdoba Ochoa Reference Córdoba and Miguel2009, 359–378). Así, conviene recordar que uno de los requisitos para ingresar en el Real Cuerpo de Ingenieros era ostentar un título nobiliario que, en la mayor parte de las ocasiones, era heredado de padres a hijos. Estos requerimientos propios de la nueva idea de individuo se propagaron con cierta celeridad durante la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el contexto académico y militar asentado por los ingenieros en el Caribe participó de la conformación de una nueva sociedad y cultura ilustradas en los albores del siglo XIX (Gámez Casado Reference Gámez Casado2023).
Instituciones, instrumentos y libros: Los ingenieros y la difusión del conocimiento por el Caribe hispano
Los ingenieros destinados al Caribe español en la segunda mitad del siglo XVIII se caracterizaron por una exquisita formación científica y arquitectónica. Como ya había ocurrido en Europa, durante sus desplazamientos portaron una serie de artículos necesarios para delinear mapas o realizar mediciones. Entre estos artilugios estaban instrumentos de dibujo que los propios ingenieros trasladaron por primera vez al Caribe, entre los que caben señalar, además del tradicional compás y las reglas, algunos de reciente invención como la pantómetra, el semicírculo graduado, el cuadrante con anteojos o las planchetas.Footnote 11 Muchos de estos instrumentos habían sido inventados por los propios ingenieros, incorporando explicaciones sobre sus funcionamientos en tratados como los publicados por Fernández de Medrano o Plo y Camín.Footnote 12 Además, se tiene constancia de la utilización en las Academias de Artillería de Barcelona y Cádiz de instrumentos remitidos desde Londres por el fabricante Adams, lo que permite pensar en el fácil transporte de estos utensilios.Footnote 13 Su empleo fue un desafío para los ingenieros que trabajaron en el Caribe, pues adaptaron las técnicas de medición a la compleja orografía para la creación de planos, donde plasmaron con precisión los proyectos arquitectónicos o los reconocimientos geográficos. El traslado de estos objetos es una forma de contribuir a la interculturalidad entre Europa y el Caribe, pues una nueva sociedad debía recibirlos, comprender el modo de emplearlos e integrarlos en las distintas realidades que conformaban el Imperio español, complementándose con otros productos de consumo popular o rutinario que terminaron por asentar los intercambios culturales (Yun Casalilla Reference Yun Casalilla2013, 25–40).
Además de estos instrumentos, los ingenieros trasladaron al Caribe un conocimiento intelectual que ellos mismos tratarían de difundir entre sus discípulos. Es importante recordar que eran grandes conocedores de la literatura artística y militar, pues el estudio de textos relacionados con la arquitectura y la fortificación estaba previsto durante sus años de formación en las Academias de Matemáticas.Footnote 14 Por ello, entre sus equipajes trasladarían volúmenes de los principales tratados de ingeniería, o más bien apuntes y anotaciones sobre lecturas que les serían sugerentes para sus propuestas. Recurrente, en este sentido, es el caso del ingeniero Ignacio Sala, quien, al llegar a Cartagena en 1749 en calidad de gobernador y comandante general, llevaría alguna edición del tratado que había publicado tanto solo seis años antes en Cádiz (Figura 4). Para la realización de su texto, Sala se basó en el Traité des sièges sur l´attaque et la deffense publicado en 1704 y escrito por el marqués de Vauban, quien ejercía como ingeniero del rey Luis XIV, incorporando nuevos aspectos y corrigiendo algunos errores del militar francés. Es evidente que Sala necesitó un volumen de su tratado para conformar el conjunto de proyectos que lideró en el Caribe, dándolo a conocer entre la comunidad académica y difundiendo las novedades técnicas promulgadas por Vauban, que pronto se verían reflejadas en el diseño de las fortificaciones. El traslado del tratado por Ignacio Sala, permitió la difusión de estas novedades por el Caribe, en un procedimiento que paulatinamente facilitó una transposición a las regiones americanas de las prácticas militares consolidadas en Europa desde fines del siglo XVII.Footnote 15

Figura 4. Portada del Tratado de la defensa de las plazas, escrito por el ingeniero Ignacio Sala al traducir parte del publicado por el marqués de Vauban. Cádiz. 1743. Biblioteca del Museo del Ejército, Toledo.
Se debe advertir que el fenómeno del traslado de libros fue practicado por distintos agentes imperiales como misioneros, gobernadores o virreyes. El interés por la literatura científica es perfectamente visible en los inventarios conservados de bibliotecas, como la del virrey Caballero y Góngora, quien poseía, entre otros títulos, un tomo del tratado que sobre matemáticas escribió el arquitecto Tomás Vicente Tosca, distintos volúmenes sobre trigonometría y aritmética y otros sobre navegación y astronomía (Torre Revello Reference Torre Revello1929). Esto demuestra la existencia en el Caribe de esta literatura científica empleada por los ingenieros para la conformación de sus proyectos. La estrecha relación que mantuvieron los virreyes con los ingenieros, siendo bien conocidos los casos de Desnaux y Eslava o el propio Caballero y Góngora con Antonio de Arévalo, ayudó al uso de estos tratados en el contexto americano, contribuyendo al desarrollo cultural y al avance científico.
Como contrapunto, otros ingenieros prefirieron publicar sus escritos en territorio americano. Tal fue el caso de Félix Prósperi, ingeniero nacido en Italia que ingresó al Real Cuerpo en 1728, publicando en 1744 un tratado titulado La Gran Defensa, constituyendo un caso excepcional en tanto se considera el único texto escrito por un ingeniero al servicio de la Corona española en América. Es probable que plantease su tratado en dos volúmenes, de los cuales solo se han conservado ejemplares del primero, generándose dudas sobre la existencia de la segunda parte, cuyo conocimiento solo se ha transmitido a través de fuentes secundarias. Prósperi recogió análisis sobre los modelos de fortificación, las técnicas constructivas y las estrategias de defensa, demostrando un asiento evidente del conocimiento técnico y militar en el Caribe, donde enclaves como San Juan de Ulúa se convirtieron en centros de formación de ingenieros, cuyos aprendizajes se basaron en los preceptos trasladados desde Europa y recogidos por Prósperi en su tratado.
La forma de transferir este conocimiento en los distintos contextos del Caribe vino facilitada por la propia jerarquía militar, de manera que, el ingeniero superior se encargaría de la formación de sus discípulos. Pero se debe recordar que los ingenieros vivieron entre las élites gubernamentales, al integrarse en la propia corte virreinal, y la propia población local (Gutiérrez y Esteras Reference Gutiérrez and Esteras1993, 97). Esta amplia capacidad de relación es un componente fundamental para la difusión de la cultura, confirmándose en la fundación de instituciones destinadas a la formación de la población en asuntos vinculados a la milicia, la ciencia y el dibujo. Prueba de ello es la fundación, por el ingeniero Juan de Herrera y Sotomayor, de la primera Academia de Matemáticas de América, fundada en Cartagena de Indias en 1731 y destinada al estudio de la geometría, la aritmética y el dibujo, disciplinas que también formaban parte del plan de estudios de la Academia de Matemáticas fundada en Barcelona en 1718.Footnote 16
La apertura de una Academia de Matemáticas en Cartagena fue recibida por la sociedad como una noticia esperanzadora para solucionar la falta de formación de la juventud local, la cual, según describió Herrera, vagaba por las calles sin ejercicio alguno ni diversión honesta. Esta visión de los jóvenes cartageneros fue remitida por Herrera buscando el beneplácito de la Corte, desde donde se calificó la iniciativa como útil para difundir la noble ocupación militar y para formar a futuros ingenieros que ocupasen las múltiples vacantes. La transmisión del conocimiento científico hacia los jóvenes era una preocupación evidente para la Corona hispana, pues por el aprendizaje de los cadetes pasaba la resolución de conflictos que afectaban de manera global al imperio, vinculándose tanto a cuestiones de carácter geoestratégico y defensivo, como a otras de índole social. La formación de los jóvenes en materias científicas se veía como un medio rentable para el control de la sociedad caribeña, transmitiéndose un conocimiento desde las jerarquías militares insertas en redes dependientes de la Corona como el Real Cuerpo de Ingenieros. La documentación permite conocer el heterogéneo alumnado que conformó la primera promoción de la Academia, pues de los veintiún alumnos inscritos solo nueve eran particulares, mientras que los restantes estaban adscritos a distintos cuerpos militares, diferenciándose dos capitanes de infantería, cuatro alférez y seis cadetes.Footnote 17 Aunque no se revelan sus procedencias, se debe presuponer que posiblemente fuesen criollos nacidos en Cartagena, quienes buscaban ascender socialmente mediante una mejora en su formación.
El 9 de abril de 1731 se celebró en Cartagena un acto solemne con motivo de la apertura de la primera Academia de Matemáticas de América, cuya sede estaba en la propia casa de Herrera y Sotomayor. Allí se acordó que los alumnos saldrían cada ocho días a hacer prácticas en el terreno, empleando los instrumentos de medición y dibujo que previamente habían sido trasladados desde Europa. Herrera solicitó que la Academia de Cartagena tuviese la misma financiación que las fundadas en España, solicitando una pensión para costear tanto el salario del ingeniero José de Figueroa, quien ejercería como profesor, como la casa, los libros, los instrumentos y otros utensilios necesarios para el estudio. Mediante la creación de este centro formativo se pretendía copiar el modelo de aprendizaje instaurado en la península ibérica a partir de la fundación del Real Cuerpo de Ingenieros en 1711. La conformación de un plan de estudios en Cartagena similar al de la Academia de Matemáticas de Barcelona confirma el interés de los ingenieros por trasladar las políticas instructivas a América. Por primera vez se reglaba la formación de unos cadetes aspirantes a convertirse en ingenieros al servicio del rey, superando el aprendizaje familiar propio de otras décadas.
Además, la documentación recoge el plan de estudios completo de la Academia de Matemáticas de Cartagena, que combinaba lecciones propias del ámbito científico, como geometría, trigonometría, aritmética y perspectiva, con otras clases vinculadas al conocimiento técnico, como el uso de instrumentos matemáticos para las prácticas sobre el terreno, métodos para levantar planos, principios de geografía y conceptos de navegación.Footnote 18 También se formaba sobre modos de delinear arquitecturas civiles y militares, diseñar fortificaciones y algunas lecciones sobre modelos de ataques y defensa. Finalmente se ofertaban asignaturas sobre el manejo del cañón, las máquinas de fuego y las tácticas de artillería, concluyendo con la formación en maquinaria para elevar cuerpos pesados y nivelar terrenos.Footnote 19
Las materias comentadas coinciden, en su amplia mayoría, con las ofertadas en la Academia de Matemáticas de Barcelona, produciéndose una traslación de la oferta educativa que evidencia un cierto control por parte de la Corona sobre la formación de los jóvenes. La institucionalización del proceso formativo era inherente a la categoría militar, sin olvidar que estos centros se convirtieron en puntos de referencia para la circulación del conocimiento tecnológico, y en un reflejo evidente de los nuevos intereses de la Corona española tras la guerra de Sucesión. La capacidad de los ingenieros para crear instituciones oficiales forma parte del papel desempeñado como agentes locales dentro de estructuras globales dependientes del imperio, poniendo en práctica un interés notable por la difusión del conocimiento.
Es importante señalar que, durante el siglo XVIII, la Corona española intentó crear sistemas defensivos en las principales ciudades del Caribe que cumpliesen con una serie de planteamientos uniformes. Por ejemplo, la utilización de baterías construidas con cortinas bajas y adaptadas al terreno, el diseño de planta irregulares y el estudio de la orografía donde se debían localizar los reductos son características comunes en el conjunto de fortificaciones del Caribe hispano durante el siglo XVIII. Esta posible unicidad de criterios debe explicarse gracias a la formación conjunta de los ingenieros en Academias de Matemáticas como la fundada por Herrera o la situada en Barcelona, pues fueron instituciones utilizadas para condicionar los modos de difusión del conocimiento tecnológico y militar. Las innovaciones en cartografía, dibujo y ciencias aplicadas fueron vistas como disciplinas prioritarias, cuyo estudio daba acceso a la carrera ingenieril como medio para conseguir posibles ascensos sociales y vinculaciones con otros estamentos.
La Academia fundada por Herrera y Sotomayor no sobrevivió a la muerte del ingeniero, por lo que es probable que dejase de funcionar a mediados de la década de 1730. Su cierre dejó una importante huella en la planificación formativa caribeña, pues sabemos de la existencia de nuevas Academias de Matemáticas fundadas en ciudades americanas que tendrían como modelo la instaurada por Herrera. Tal fue el caso de la establecida en Cartagena en 1775, cuando la gobernación solicitó su apertura para mejorar el aprendizaje de los jóvenes militares cartageneros, aunque nunca llegó a prosperar.Footnote 20 Tan solo dos años más tarde el ingeniero Simón Desnaux solicitó al rey Carlos III la apertura de una Academia especulativa y práctica de Matemáticas para el estudio de ingenieros con sede en México (Calderón Quijano Reference Calderón and Antonio1945, 635–650). En su petición, Desnaux planteó una institución basada en el mismo sistema formativo de las Academias españolas, pidiendo la construcción de un frente de fortificación de campaña que sería utilizado para las explicaciones prácticas sobre tácticas de guerra. Además, el ingeniero reconoció que era importante estudiar cartografía como disciplina básica para el conocimiento del espacio, incidiendo en la necesidad de expandir el conocimiento tecnológico y militar por América, pues de ello dependía parte del poder imperial.Footnote 21 Precisamente sobre ello volvía a escribir Desnaux en abril de 1777 al ministro de Indias José de Gálvez, proponiéndole la apertura de una Academia similar en Lima y Bogotá para terminar de difundir los planes de formación por el continente. Los planteamientos de Desnaux demuestran un interés por ampliar la capacidad organizativa de los ingenieros entre los cadetes criollos, en una circulación evidente del aprendizaje científico y militar dentro de la red de conocimiento americana. Aunque ninguna de estas iniciativas llegó a consolidarse, constituyeron un síntoma del interés por los programas formativos hispanos en América, pues los aspirantes a ingenieros podían educarse sin necesidad de acudir a las Academias peninsulares.
Los ingenieros combinaban a la perfección una cierta movilidad con una docta formación. La creación de Academias de Matemáticas apoyadas por la Corte debe entenderse no solo como un medio de difusión del conocimiento mediante instituciones, sino también como un mecanismo de control de la propia cultura, que se debía ajustar a unos parámetros impuestos por los superiores, primero en el ámbito militar y, con posterioridad, en otros estamentos sociales. Así se favoreció la consolidación de una identidad local acorde a una primitiva dimensión espacial y política del territorio, desembocando, con el paso de los años, en los primeros movimientos independentistas (Anderson Reference Anderson2006, 87–129). Este tipo de organizaciones son el trasunto de otros modelos creados con anterioridad, como la Academia de Matemáticas fundada en Madrid en tiempos de Felipe II, y son el reflejo del interés de la Corona española por controlar el traslado del conocimiento científico y tecnológico al Caribe, condicionado por el espacio y facilitado por la llegada de nuevos instrumentos y materiales. Este control utilizaba a la jerarquía militar como forma de ordenación social, aceptando que los alumnos que superasen la formación en las Academias de Matemáticas se convirtiesen en responsables de la defensa y la ordenación geoestratégica del Caribe gracias a la consecución de unos méritos propios conseguidos mediante el estudio.
Traslados, modelos y tipologías: La arquitectura militar como recurso de una imagen global del poder
La actuación de los ingenieros como agentes implicados en el traslado del conocimiento científico al Caribe tiene en la arquitectura un capítulo fundamental para entender el contexto global de circulación de ideas. La historia comparada entre imperios permite comprender las formas empleadas por las élites políticas para asentar su poder en los territorios alejados de la Corte, utilizando no solo recursos inherentes al propio desarrollo cultural, sino también instituciones como las ya citadas. Dentro de las conexiones globales organizadas por los imperios, la conformación de un determinado discurso cultural que confirme el poder de la Corona entre la población nativa constituyó un asunto recurrente para la élite imperial (Fisher Reference Fisher2002, 175–80). Sobre todo, porque esa estrategia venía dictaminada desde la Corte, pero dirigida a territorios que se encontraban a miles de kilómetros de distancia en los que las realidades locales eran completamente diferentes a las europeas. Por esta cuestión, los imperios trataron de asentar estructuras administrativas en las cuales delegar tales competencias, aunque siempre bajo la protección del rey, cuyo poder debía quedar legitimado entre la sociedad local.
Con frecuencia, los imperios utilizaron mecanismos culturales para trasladar una determinada idea de poder. Entre otros, la arquitectura entendida como una disciplina propia de las élites formadas en instituciones académicas fue una herramienta recurrente para la activación de ciertos procesos culturales, pues proyectaba una imagen que constituía un reflejo fiel del comitente. Cabe advertir que, al comparar las estrategias de propaganda del poder ninguno de los imperios europeos quedó fuera de estos mecanismos, utilizando distintos recursos, tipologías y herramientas para asentar sus dominios en América (Cruz Freire Reference Cruz Freire2020). Precisamente la interconexión que existía entre los imperios en asuntos sociales y económicos dentro de un contexto global influyó en los modos de definir la imagen que proyectaron a las sociedades locales. Incluso se pueden identificar algunas similitudes al emplear modelos semejantes extraídos de fuentes gráficas comunes. La difusión de grabados y estampas procedentes de tratados de ingeniería generó una cierta homogeneización en los diseños de las portadas que presidían las fortificaciones, influyendo notablemente entre los ingenieros españoles las propuestas procedentes del ámbito francés. Por ejemplo, el diseño para la portada del fuerte de San Luis de Martinica se basaba en la apertura de un único vano flanqueado por pilastras toscanas y rematado por un frontón recto, constituyendo un modelo que será continuamente repetido por los ingenieros españoles al servicio de los Borbones como un recurso arquitectónico oficial (Figura 5).

Figura 5. Elévétion de la porte d´entrée du fort St-Louis, Martinica. 1704. ANOM, 15DFC0825C.
Aunque en todo momento hubo un intento por crear una imagen diferenciadora de la conformada por el resto de los imperios, el empleo, en todos los casos, de tratados de ingeniería como fuentes para los diseños generó paralelismos. Ello explica que el modelo francés antes citado guarde importantes similitudes con la portada diseñada por el ingeniero Antonio de Arévalo para el fuerte de San Fernando de Cartagena, basada también en un solo vano flanqueado por pilastras y rematado por un frontón recto (Figura 6). Más allá de estas coincidencias formales, la introducción de estos elementos arquitectónicos en las ciudades caribeñas destaca como una nueva muestra de la traslación de diseños que aportarían una visión concreta de la imagen oficial del poder, basada en un intento de la dinastía borbónica por diferenciarse de sus antecesores. La arquitectura militar se convertía en un instrumento pertinente para la difusión de un discurso político basado en el control del territorio por la monarquía, en la implementación de políticas ilustradas y en la idea centralizadora del poder dependiente de la Corona española.

Figura 6. Antonio de Arévalo. Portada del fuerte de San Fernando de Bocachica, Cartagena de Indias, Colombia. 1760. Fotografía del autor.
Una cuestión que cabe preguntarse es para quién iba dirigida la imagen proyectada mediante la arquitectura por el Imperio español en el Caribe, al reconocer que los edificios fueron pensados como mecanismos de difusión de un discurso elitista y centralizador. En primer lugar, resulta evidente que esta retórica estaba destinada a los enemigos europeos presentes en el Caribe, quienes podían verla desde los navíos de guerra o durante las labores de espionaje, considerando las fortificaciones como una forma de amenaza y control del territorio. La arquitectura militar no solo cumplía con una función utilitaria como podía ser la defensiva, sino que también proyectaba un mensaje de poder al exterior ante las amenazas enemigas, legitimando la presencia española en el Caribe.
En segundo lugar, los edificios defensivos tenían una influencia notable entre los nativos, quienes convivían con murallas y fortificaciones patrocinadas por la Corona, que recurría a la arquitectura militar como transmisora de la retórica del poder borbónico, materializándose en edificios presididos por portadas como las integradas en las fortificaciones de Omoa, Puerto Cabello o La Habana. Quizás el caso mejor conservado sea el de la portada de la muralla de Cartagena, sin olvidar otros ya desaparecidos, como las puertas de Monserrate de La Habana. Estos casos presentan estructuras similares a las comentadas anteriormente, pues están basadas en portadas de un solo vano, flanqueado por pilastras toscanas y rematado por un frontón, constituyendo un modelo formal y repetido que sintetizaba la imagen del poder borbónico al otro lado del Atlántico.
A través de estas fórmulas arquitectónicas, el Imperio español quiso consolidar una imagen unitaria del poder en América, reflejando fielmente su dominio pese a las continuas amenazas extranjeras y complejas rebeliones nativas. La traslación de una estética acorde a los valores de defensa del imperio se materializó a través de la arquitectura militar. De hecho, este recurso alcanzó tal nivel que, como ya planteó Elliot (Reference Elliot2006), el modo en que la Corona española culturizó sus dominios americanos a través de la imagen llegó a ser imitado por otros imperios, evidenciando la eficacia de esta herramienta para el control geopolítico del territorio. Si bien Inglaterra o Francia no fueron ajenas a esta práctica, como se demuestra en las fortificaciones de Port Royal o Martinica, el caso del Imperio español destaca por los numerosos elementos que conforman este discurso, coincidiendo con un auge de la cultura ilustrada propia de la segunda mitad del siglo XVIII.
Conclusiones
El contexto global del que participó el Imperio español durante el siglo XVIII fue determinante para plantear una estrategia de traslado de la cultura libresca, institucional y tecnológica a través de las distintas posesiones territoriales. La creciente importancia del Caribe en el comercio internacional reafirmó su papel en los circuitos de intercambio del conocimiento técnico, potenciado por diversos sectores de la población que aplicaban a nivel local un conjunto de ideas procedentes de instituciones reales, como era el Real Cuerpo de Ingenieros. La conformación de un contexto social y político en el Caribe español regentado por diversos agentes fue determinante para favorecer la circulación de conocimientos y técnicas, contribuyendo a la unificación de la cultura cortesana y a la planificación geopolítica de estos territorios. Como se ha pretendido demostrar, de estos mecanismos formaron parte activamente los ingenieros, quienes deben considerarse como agentes participantes en la circulación de libros, modelos de aprendizaje e instrumentos tecnológicos, contribuyendo a la transferencia cultural generada durante el siglo XVIII entre Europa y el Caribe.
La participación de los ingenieros en la reordenación territorial, defensiva y formativa de las ciudades caribeñas fue básica para la introducción de nuevos factores culturales propios del Imperio español. La pertenencia al estamento militar, la implicación en procesos diplomáticos y la responsabilidad adquirida en el diseño de edificios civiles y militares contribuyeron tanto a la resolución de conflictos globales, como a la creación de una imagen determinada del poder imperial, que a través de la arquitectura se expresaba en una retórica elocuente para ratificar la presencia de la Corte en el Caribe. Estas labores demuestran el papel decisivo de los ingenieros en la historia de la globalización, pues fueron agentes necesarios en los procesos de transferencia cultural producidos recíprocamente entre el Caribe y Europa, aportando un conocimiento técnico, científico y militar extraordinario que se difundió por medios literarios, institucionales y formativos. A todo ello contribuyó la movilidad entre las ciudades, circunstancia que, si bien venía obligada por la falta de profesionales en ciertos sectores del Caribe, facilitó la expansión de este fenómeno y la unificación de ciertos criterios en materia de defensa.
La relación de los ingenieros con categorías históricas como espacio, movilidad o traslación resulta consustancial a sus propias misiones. La utilización del medio físico y de las estructuras sociales en un espacio determinado permitió diseñar las estrategias de defensa de las principales ciudades caribeñas, habiéndose ejemplificado con los casos de La Habana, Cartagena o Portobelo. Del mismo modo, los desplazamientos internacionales entre España y el Caribe portando instrumentos, ideas y modelos arquitectónicos redundó en un desplazamiento de los modelos administrativos e institucionales, conformando las bases de una cultura propia. Finalmente, las notables influencias detectadas entre los distintos territorios vinculados al Imperio español permiten entender la aplicación a nivel local de propuestas globales que circulaban a través del Atlántico, de las cuales dependía la imagen y retórica del poder en los confines del imperio. Con todo ello queda demostrada la importancia de los ingenieros en la resolución de conflictos globales de carácter político, social y territorial, constituyendo un colectivo único y necesario en la organización geopolítica de la Corona española.
Agradecimientos
Este artículo forma parte del proyecto de investigación I+D “Arquitecturas del poder. Emulación y pervivencias en América y el sudeste asiático (1746–1808)” PID2021-122170NB-I00, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España.